Fenicios

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Periodo: Siglos X a.C. – VI a.C.

La presencia de los fenicios en la Península Ibérica supuso un importante desarrollo en las culturas ya existentes con anterioridad. Trajeron nuevas técnicas de trabajo, introdujeron productos desconocidos y provocaron notables cambios sociales. Llegaron de las costas del Mediterráneo oriental, dentro de la actual franja costera sirio-libanesa, la histórica región de Fenicia, donde sus ciudades más destacadas eran Tiro, Sidón y Biblos.

Era un pueblo de comerciantes que buscaba nuevos mercados y materias primas en toda la cuenca mediterránea. Se distinguían por ser grandes marinos y siempre se asentaban en poblaciones junto al mar. Practicaban no sólo la navegación de cabotaje, es decir, sin perder la vista la costa, sino también a mar abierto, orientándose tanto por el día como por la noche tomando la referencia de los astros para mantener una latitud constante: el sol, la luna, la estrella polar a la que se ha llamado estrella fenicia hasta el siglo XIX, etc. Su dominio de la navegación se completaba con el conocimiento que tenían de las corrientes y los vientos marítimos así como por disponer de embarcaciones bastante evolucionadas.

Recuperaron antiguas rutas comerciales mediterráneas transitadas desde el II milenio a.C. por las que habían circulado mercancías micénicas, chipriotas, sardas y otras propias de la Península Ibérica. Sus primeras incursiones en las costas peninsulares fueron visitas esporádicas, que se irían convirtiendo en estancias cada vez más prolongadas a lo largo del próspero litoral meridional. Se tiene constancia de navegaciones ocasionales en la Edad del Bronce desde el centro del Mediterráneo hasta el sur de la Península Ibérica. A partir del siglo IX a.C. crearon numerosos asentamientos costeros como Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñecar), Abdera (Adra) y Ebusus (Ibiza), expandiéndose finalmente por toda la fachada costera del sur peninsular hasta la desembocadura del río Segura. También se establecieron por el interior siguiendo el curso del río Guadalquivir. Posiblemente los asentamientos iniciales de los fenicios tuvieron que pactarse con las comunidades autóctonas de finales de la Edad del Bronce, los cuales eran grupos organizados en base al parentesco y con jefaturas o incipientes aristocracias.

Las ciudades situadas en las riberas marítimas tenían su correspondiente puerto. Las más frecuentes se ubicaban en islotes, cerros costeros y promontorios de estuarios fluviales. Lugares todos con buenas posibilidades de atraque para sus barcos y buenas comunicaciones con el interior, entablando relaciones de beneficio mutuo con las comunidades locales de finales de la Edad del Bronce, contacto que supuso una incorporación selectiva y progresiva de múltiples aspectos culturales y tecnológicos.

Los asentamientos estaban amurallados perimetralmente. Presentaban una división entre los espacios públicos como santuarios y palacios, los barrios artesanales y los espacios privados. Las viviendas eran cuadradas o rectangulares, con muros de adobe sobre zócalos de piedra, paredes revocadas con arcilla enlucida o pintadas de rojo y suelos cubiertos con una capa de arcilla pintada. Se dividían en varias estancias en su interior y podían tener más de una planta. Algunas de estas ciudades se establecieron como apoyo a la navegación mientras que otras tenían la función principal de mercado y se dedicaron al comercio con los indígenas y a las actividades metalúrgicas, ganaderas, de pesca y artesanales. La extensión solía oscilar entre dos y diez hectáreas. La colonia más grande e importante fue Gadir. Y la provincia de Málaga concentró el mayor número de colonias y necrópolis fenicias de la Península Ibérica. La colonia más importante de esta región fue Malaka.

Las necrópolis estaban fuera de las ciudades. Se practicaba principalmente la incineración, a la que con el paso del tiempo se añadiría progresivamente la inhumación. Se realizaban ritos religiosos. Los enterramientos podían tener diversas tipologías: hipogeos, fosas simples excavadas en la roca, cistas de sillares o sarcófagos monolíticos. Muchos de ellos sólo destinados para los miembros de las familias más poderosas. Se acompañaban con los objetos de adorno personal, además de las vasijas utilizadas para el tratamiento del difunto y el banquete funerario.

Uno de los mayores intereses comerciales lo tenían en la plata de las minas de Huelva y del oeste de Sevilla, además del estaño que conseguían desde el norte de Portugal. Introdujeron la lengua y escritura, el torno de alfarero, hornos más eficaces, novedosos métodos de fabricación de cerámica, los tejidos de calidad, la metalurgia del hierro, el olivo, el aceite, la vid, el almendro, el gato doméstico, la gallina, el asno y una técnica más depurada de la orfebrería. Además fue suyo un nuevo y variado repertorio iconográfico de animales fantásticos como los grifos y las esfinges procedentes de otras culturas orientales.

La metalurgia fenicia estaba muy desarrollada. Uno de los principales objetivos de la colonización fue la consecución y comercialización de metales. Los fenicios no sólo eran excelentes broncistas, herreros y orfebres, sino que actuaron como transmisores de numerosas técnicas para el trabajo del metal, como la soldadura, la filigrana, el granulado y el uso de esmaltes.

La fabricación de piezas de cerámica experimentó un gran progreso con la llegada de los fenicios. El uso del torno y la cocción a temperaturas más altas permitía una mayor producción y de mejor calidad en menor tiempo. Disponían de un rico repertorio de recipientes y objetos especializados, algunos entonces desconocidos en la Península Ibérica: platos, cuencos, trípodes, vasos de boca de seta y trilobulada, lucernas, etc. Trajeron sistemas de adorno con engobes (rojo, blanco y negro) y con decoraciones pintadas. La expansión de estas técnicas hacia el interior sería muy desigual, aunque pronto esas piezas fueron imitadas en las producciones locales. Su producción se convirtió en un oficio especializado con talleres alfareros instalados en las afueras de los recintos urbanos, localización que se explica por el peligro del fuego. La cerámica a mano permanecería, valorándose su carácter tradicional. Elaborada en pequeños talleres que podrían ser domésticos, se enriqueció con nuevas decoraciones como incisiones e impresiones de peines, estampillas, pinturas tras la cocción, grafitada o con incrustaciones de bronce o pasta vítrea.

Era muy apreciado el colorido de las telas teñidas con púrpura para confeccionar tejidos de calidad. Este tinte se realizaba con el jugo del murex, un caracol marino muy extendido en el Mediterráneo. Existían dos tipos de púrpura: la roja de Tiro y la violácea de Tarento, en el sur de la Península Itálica.

Los mercaderes fenicios obtenían oro, plata cobre, plomo y productos agropecuarios de la Península Ibérica, que eran intercambiados por los que ellos traían a las poblaciones indígenas: aceite, vino, joyas y objetos elaborados en marfil, vidrio, alabastro, bronce o cerámica. Muchos se trataban de bienes de prestigio que eran acaparados por las élites de cada grupo social local. El área de influencia fenicia llegaría a ser todo el Mediterráneo oriental y occidental, gracias a la red de centros comerciales como los de Sicilia, Cerdeña o Ibiza, junto con los del levante y sur peninsular, incluyendo Portugal y la costa atlántica de Marruecos.

Realizaban bellas obras labradas con marfil procedente de los colmillos de elefantes de África y la India. Eran objetos de uso personal como peines, agujas, botones o espátulas para aplicar cosméticos, pero sobre todo los emplearían para elaboran placas que decoraban muebles de alta calidad. Aparte, la simbología del huevo como renacer fue muy estimado en el mundo fenicio. Los huevos de avestruz, obtenidos de las mesetas de Argelia, se emplearon abundantemente en como objetos de adorno y han sido encontrados en las necrópolis. Por tamaño y resistencia a la rotura, muchos fueron tallados y decorados.

La industria vidriera era muy apreciada como objetos de lujo por la población autóctona. Se realizaban cuentas de collar, amuletos, ungüentarios y otros recipientes, hechos a molde, tallados y los más con la técnica del núcleo de arena. El alabastro, piedra blanca y traslúcida similar al mármol, lo incorporaron de la cultura egipcia. Los objetos elaborados de este material, en su mayoría vasos, urnas y anforillas, formaban parte de los ajuares en las tumbas destinadas a las personas de elevada clase social.

En cuanto a la lengua y escritura, el alfabeto fenicio era más simple y sencillo respecto al que encontraron aquí, lo que facilitaría su difusión. Fue el antecedente del alfabeto moderno. Su origen era semítico, no contenía vocales, sólo 22 consonantes y se escribía de derecha a izquierda, como el actual árabe.

Aportaron un contingente humano al territorio peninsular que, con el paso del tiempo, se mezclaría con la población autóctona. Con ellos llegó un nuevo mundo de creencias y valores que adoptaron las sociedades nativas, dando lugar al fenómeno que se conoce como «periodo orientalizante». Su presencia iría modificando algunos hábitos de la vida de los íberos, contribuyendo además a incrementar las diferencias sociales entre éstos. El mayor esplendor de esta cultura tuvo lugar durante los siglos VII y VI a.C.

Los fenicios adoraban a numerosos dioses, que representaban a las fuerzas de la naturaleza. Melkart quizás sería la divinidad más importante. En un principio era un dios del campo y llegaría ser el guardián de la ciudad de Tiro. Además era el protector de la navegación, guía de los viajes marítimos y de las actividades comerciales. Su culto se extendió por todas las colonias de Tiro. Cuando fundaron Gadir le consagraron un templo en el lugar donde hoy se encuentra el islote de Sancti Petri.

El ocaso de los fenicios se produjo en el año 573 a.C. al caer la ciudad de Tiro en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, debilitando la riqueza y el poder de todo este pueblo. Comenzaría una reorganización que conllevó a que las colonias se desligasen de oriente y constituyesen un nuevo marco político y social. Los cartagineses, herederos culturales de los fenicios, se alzaron con el control del Mediterráneo Occidental. Su base estaba en la ciudad de Cartago, en el norte de África, convirtiéndose en una fuerza dominante que acabaría en el enfrentamiento armado contra la potencia emergente de Roma.

 

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