El maquillaje en la época romana
Inicio » Entradas » Edad Antigua »Las mujeres de la época romana, sobre todo las pertenecientes a las clases sociales elevadas, se adecentaban con sofisticados peinados, elegantes vestidos y refinadas joyas en los brazos, el cuello y la cabeza. Sin embargo, el cutis era lo más preciado en el cuidado de la apariencia personal. Esto hizo muy importante el arte del maquillaje. Algunas damas de la aristocracia contaban con la ayuda de sirvientas especializadas en estas tareas, eran las ornatrices. El maquillaje se consideraba un complemento fundamental de la belleza femenina.
La cosmética ya estaba formada entonces por productos muy elaborados. Se hacía una mezcla con otros compuestos como aceites esenciales y aceite de oliva para conseguir una pasta que fuera fácil de aplicar y extender sobre la piel. Uno de los maquillajes habituales contenía tres ingredientes: lanolina de lana de oveja sin desengrasar, almidón y óxido de estaño. La lanolina servía de base para la mezcla. El almidón suavizaba la piel, función para la que sigue usándose hoy día. El estaño era el elemento que blanqueaba la piel, empezándose a utilizar en el periodo imperial sustituyendo al acetato de plomo que tenía efectos muy nocivos.
Los cánones de la belleza romana aconsejaban a la mujer una piel radiante y lo más clara posible. Para otorgar a la piel de una mayor luminosidad se usaban los polvos de mica, un mineral brillante. La blancura de la piel era un rasgo de distinción y para lograr ese efecto se utilizaban diversas sustancias que se aplicaban sobre el rostro, como una mezcla a base de yeso, harina de habas y albayalde (carbonato de plomo). También se empleaba una mezcla elaborada con vinagre, miel y aceite de oliva, así como las raíces secas de melón machadas y hervidas aplicadas como una cataplasma. Otros elementos usados como blanqueadores fueron la cera de abeja, el aceite de oliva, el agua de rosas, el aceite de almendra, el azafrán, el pepino, el eneldo, las setas, las amapolas la raíz de lirio y el huevo. Para conseguir el mismo propósito, se podía llegar a comer gran cantidad de cominos.
Las mujeres usaban el colorete y resaltaban sus pómulos coloreándolos en tonos rojos muy vivos como símbolo de buena salud. Para esto se aplicaban tierras rojas (compuestas de partículas de hierro), polvo de las hojas de la alheña, el mineral cinabrio, el jugo de mora o los posos de vino. Los labios también se pintaban en tonos rojos muy vivos. El carmín de los labios se lograba con el ocre procedente de líquenes o de moluscos, o algunas veces con minio (monóxido de plomo).
Las cejas se perfilaban sin alargarlas y se retocaban con pinzas. Se procuraba resaltar los ojos y las pestañas, de tal manera que pareciese que se tuviese grandes ojos y largas pestañas. Existía un pequeño instrumento redondeado de marfil, vidrio, hueso o madera, que previamente se sumergía en aceite con agua, mediante el que se aplicaba el perfilador de ojos, el cual se obtenía con el mineral galena, el hollín o el polvo de antimonio. También con este fin se empleaba el kohl, un polvo negro ya utilizado desde mucho antes, formado a base de galena molida mezclado con otros ingredientes como óxido de manganeso, hierro, ocre y carbonato de plomo. Para la sombra de ojos, generalmente negra o azul, se utilizaba la ceniza y el mineral azurita. Algunas veces era verde, elaborándose en este caso con el mineral malaquita.
Las mujeres romanas no se conformaban con lograr una piel blanca, debía estar impecable, libre de arrugas y manchas. Se ayudaban de mascarillas durante la noche con este objetivo. Para reducir las arrugas era muy común una mascarilla compuesta de arroz y harina de habas. Había otra mascarilla a base de nabo silvestre, harina de yero, cebada, trigo y altramuz. Y una tercera mascarilla se componía de leche de burra. Para las manchas se empleaba una mascarilla realizada con hinojo, mirra perfumada, pétalos de rosa, incienso, sal gema y jugo de cebada.
Los cosméticos se compraban en los mercados. Los que eran líquidos se colocaban en pequeños recipientes realizados con diferentes materiales, como terracota, alabastro o vidrio coloreado. El cuello del recipiente frecuentemente era muy estrecho de tal manera que el maquillaje podía verterse gota a gota. Los que eran espesos se vendían en pequeños cofres de madera, algunos muy lujosos, acompañados con conchas para mezclar, junto a espátulas, lápices, pinceles y bastoncillos para aplicar el maquillaje. Los cosméticos muchas veces se custodiaban bajo llave en un armario del dormitorio.
Un importante artículo de ayuda para el cuidado personal era el espejo. Éste podía tener forma redondeada o cuadrada, Tradicionalmente se fabricaba en metal, ya fuera cobre, bronce, plata u oro, y con un mango finamente trabajado, tanto en metal como en hueso o marfil. En época tardía los espejos de vidrio acabaron reemplazando a los de metal.