Las ánforas romanas

Las ánforas romanas

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Las ánforas fueron recipientes utilizados durante la antigüedad para el almacenaje y transporte de alimentos tales como vino, aceite de oliva, salazones, garum, cereales, uvas, aceitunas o miel. A veces también se emplearon con otros productos como perfumes. Las hay de diversos tamaños y su forma cambiaba según las épocas y las mercancías a las que estaban destinadas. Todas tienen en común las dos asas y el pie o pivote. Las fuertes asas son la suspensión ideal para ser cargadas. El pie o pivote es el fondo redondeado o en punta, macizo, para facilitar la estiba en los barcos, apilándolas en varios niveles, y como ayuda para clavarlas en la arena de la playa.

Aparecieron aproximadamente en el siglo XV a.C en las costas de Siria y el Líbano, para extenderse por todo el mundo antiguo. Los fenicios, griegos y romanos las usaron como el principal sistema de almacenamiento y transporte. A partir del siglo II d.C. fueron sustituidas progresivamente por barriles de madera y ya desde el siglo VII d.C. se reemplazaron definitivamente tanto por los barriles como por otras vasijas de madera y piel.

Están fabricadas en arcilla y tienen cinco partes: el pie, el cuerpo, el cuello, el borde y las dos asas. Los talleres alfareros modelaban cada una de esas partes de forma independiente y luego las unían entre sí con la arcilla todavía fresca. El proceso se completaba con varios tratamientos para evitar la porosidad y mejorar la calidad en su tarea como recipiente. Una vez que ya estaban hechas y en su destino para ser usadas, cuando ya eran rellenadas con el contenido correspondiente, se cerraban con un tapón de corcho o cerámica en el borde y se sellaban con una capa de cal o puzolana, un mortero elaborado con arena de playa y cal, en la que se estampaban los sellos del comerciante. Además, muchas veces llevaban en distintas zonas de su superficie símbolos y nombres grabados mediante marcas incisas o inscripciones en tinta roja o negra que identifican el alfarero, el productor, el propietario, el transportista, el contenido, el peso, la procedencia o la fecha de envasado. Algunas especificaban una gran cantidad de datos.

Los romanos las utilizaron ampliamente. Hasta aproximadamente el fin de la época republicana, el 27 a.C., eran de producción local y se empleaban para llevar el vino y el aceite de aquella zona al ejército en labores militares y a los colonos que habían emigrado a los territorios conquistados en busca de oportunidades. Además servían, en menor grado, para abastecerse de vino elaborado en las regiones griegas y también desde el siglo II a.C. con partidas limitadas de aceite originario del norte de África. Las salazones de pescado fueron otro uso de estos recipientes, fundamentalmente proporcionados desde el norte de África e Hispania, destacando el área del Estrecho de Gibraltar. Existía un abundante comercio entre ambas riberas del Mediterráneo en los siglos II a.C. y I a.C.

A partir de la época imperial, fueron especialmente los territorios conquistados y organizados en provincias los que suministraban los alimentos, que se envasaban en ánforas para su comercialización. La explotación de alimentos y ánforas se mantuvo durante toda este periodo. El Mediterráneo, el Mare Nostrum, se convirtió en un gran mercado libre por el que transitaban productos de estas regiones ya plenamente romanizadas hacia los principales puertos, desde donde se distribuían al resto de lugares. El vino de Hispania, que solía ser de las actuales zonas de Andalucía y Cataluña, y de la Galia, se distribuían teniendo como destino mayoritario a Roma y a los campamentos de las fronteras del norte del Imperio. Desde el cambio de era el aceite se obtenía en Hispania, predominando la zona de la actual Andalucía, y algo más tarde también del norte de África. Las salazones africanas llegaban a Hispania y Roma, mientras que las hispanas, sobre todo del área de Cádiz, iban casi todas rumbo a Roma.

Las ánforas algunas veces eran reutilizadas para seguir llevando la misma mercancía. Otras veces se trituraban para dar otra función al material, como la fabricación de tejas. Y en ocasiones se desechaban. En las afueras de Roma se encuentra el Monte Testaccio, una montaña artificial de unos 35 metros de alto creada con los restos de unos 53 millones de ánforas que sirvieron para transportar aceite procedente principalmente de Hispania. Cuando llegaban al puerto de Roma se vaciaba su contenido para ser consumido, se rompían en trozos y se depositaban en esta montaña. Resultaba más rentable esto que lavarlas y llevarlas de vuelta a su lugar de origen.

 

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