La terra sigillata

La terra sigillata

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A mediados del siglo I a.C. se inició en la sociedad romana un importante cambio de la vajilla fina empleada para el uso doméstico. El servicio de mesa utilizado durante la época republicana, con su particular barniz negro, comenzaba a ser sustituido por otro de mayor vistosidad, totalmente cubierto con barniz rojo. Es la terra sigillata, una clase de cerámica de gran calidad que además de su típico color rojizo, se caracteriza por tener una superficie dura y brillante la cual suele estar decorada con variadas y hermosas figuras moldeadas. Los primeros talleres productores se establecieron dentro de la Península Itálica, en Arezzo, lugar que se convirtió en el centro alfarero principal. Su creación pronto se difundió por otras zonas itálicas como Ostia y Pisa, también algunas del sur de Galia como Lyon, para luego extenderse por todo el Mediterráneo.

El color rojizo brillante que tienen las piezas se debe a la aplicación de un engobe formado por un baño de arcillas depuradas antes de su cocción en el horno. Al principio se elaboraban con el torno, si bien pronto se generalizó la fabricación a molde con la finalidad de aumentar su producción. El nombre de terra sigillata se debe al sello personal, “sigillum”, con el que el alfarero marcaba e identificaba sus productos. Cada alfarero estaba asociado y vinculado a un determinado taller cerámico. Los sellos permitían diferenciar los productos de los distintos talleres, distinguiendo el origen, diseño y calidad de las piezas.

La gran aceptación que tuvieron en Hispania las cerámicas importadas de Italia y Galia facilitó el establecimiento de talleres locales, que en un primer momento se limitaban a copiar las técnicas de fabricación, las formas y los esquemas decorativos de las piezas que se traían. No se descarta que alfareros itálicos y gálicos fueran los creadores de estos primeros talleres, evitando así las muchas dificultades que suponía el transporte de una vajilla que era bastante delicada, junto a la ventaja de economizar gastos en su comercialización. Durante los siglos I y II de nuestra era, en todas las ciudades hispanas ya existían talleres de terra sigillata hispánica. Destacaron algunos grandes centros productores, como los siguientes: la Cartuja en Granada, Mérida en Badajoz, Solsona-Abella en Lérida, Andújar en Jaén, Bronchales y Mora de Rubielos en Teruel y, por último, Bezares y Tricio en la Rioja.

La actividad de estos talleres se inició durante los años 40 y 50 d.C. Abastecían de vajilla fina a toda la población hispana, satisfaciendo las necesidades que se requerían, lo que implicó que las importaciones prácticamente desaparecieron del mercado interior. Incluso los alfareros hispanos consiguieron exportar sus productos a diversos lugares del sur de Galia y del norte de África. En el repertorio de formas y motivos decorativos se advertía una clara influencia de las piezas itálicas y subgálicas, aunque no faltaron las creaciones originales, con gran variedad de motivos ornamentales en relieve. Se alcanzó una gran perfección técnica, tanto en la selección y depuración de la arcilla, el control de la temperatura de cocción o en la variedad de las formas. Sin embargo, la diferencia más significativa residía en los sellos o estampillas en el fondo interno de muchos recipientes, que ahora identificaban a los alfareros hispanos y a través de los cuales se pueden conocer los talleres artesanos de procedencia. Los varios centenares de nombres documentados revelan la importancia que adquirió esta industria ceramista hispana.

A finales del siglo II d.C. los grandes centros productores de la primera terra sigillata hispánica iniciaron su decadencia y progresiva desaparición. Sin embargo, tras un intervalo de tiempo que se prolongó por casi todo el siglo III d.C., comenzó a fabricarse un nuevo tipo de cerámica que se conoce como terra sigillata hispánica tardía. Esta nueva vajilla de mesa, que se desarrolló durante los siglos IV d.C. y V d.C., recogía la tradición ceramista hispana de la etapa anterior, pero incorporaba nuevos elementos que le otorgó una personalidad propia. Así, el color del barniz continuaba siendo rojo pero con un marcado predominio de los tonos anaranjados. A las formas tradicionales se añadieron ahora algunas de nueva creación y de mayor tamaño, con platos y cuencos de grandes proporciones. En cuanto a su decoración, el repertorio ornamental era muy limitado y de carácter casi exclusivamente geométrico, con predominio de los círculos y semicírculos secantes. La calidad de esta vajilla era notablemente inferior a la de las sigillatas anteriores.

Los centros productores de la terra sigillata hispánica tardía se distribuían sobre todo en las cuencas del Duero y Ebro, y tanto el volumen como la comercialización de sus productos se reducian fundamentalmente al ámbito de la Meseta. Otra peculiaridad de estos talleres era su anonimato ya que no se conocen sellos con los nombres de los alfareros. Estas circunstancias parecen indicar que los alfareros estaban vinculados con los grandes latifundios que se crearon en la Meseta durante el Bajo Imperio Romano, de forma que las numerosas villas de esta época debieron ser las que especialmente fueron el destino de la mayor parte de las piezas realizadas.

 

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