Los nombres de España a lo largo de la historia
Inicio » Entradas » Edad Antigua »Los nombres más antiguos que han sido interpretados como posibles alusiones a la Península Ibérica están contenidos en textos asirios y egipcios anteriores al primer milenio a.C. Se referirían al extremo occidental de un mundo en aquellos tiempos todavía muy poco conocido.
Pero uno de los primeros nombres del que existe bastante certeza que podría referirse a la Península Ibérica es el de “Ofiusa” y que significaría “tierra de serpientes”. Así se refleja en la “Ora Marítima”, obra escrita en el siglo IV a.C. por el poeta latino Avieno. Esta denominación posiblemente la utilizaron los griegos anteriores al grupo de los focenses que más tarde llegarían.
También entre los más antiguos griegos que visitaron la Península Ibérica, o supieron de ella, pudo extenderse la denominación genérica de “Hesperia”, contenida en la referencia mitológica de “Las Hespérides”. Este lugar estaba situado en el sur peninsular, según indican el poeta griego Estesícoro en su poema “Canción de Gerión” del siglo VI a.C. y el geógrafo e historiador griego Estrabón en su obra “Geografía” realizada entre los años 29 a.C. y 7 d.C. La palabra “Hesperos” significa en griego “anochecer”, “ocaso”, y con sentido espacial puede aludir al “Occidente”. De esta manera, los griegos la situaron inicialmente en la Península Itálica cuando era la tierra más occidental que conocían del Mediterráneo, y posteriormente la situaron en la Península Ibérica cuando llegaron a su definitivo extremo occidental. No obstante, la denominación no alcanzó un verdadero significado toponímico y se mantuvo como una designación muy genérica, con aceptación sobre todo en contextos poéticos.
Por lo tanto, los anteriores nombres de “Ofiusa” y “Hesperia” no eran autóctonos, sino que se atribuían muy vagamente a la Península Ibérica para entendimiento de los griegos y de quienes estuvieron en contacto con ellos. Sin embargo, de la denominación autóctona “Turta” parece derivar los nombres de “Tarschisch”, en su adaptación bíblica al hebreo, y “Tartessos”, en su adaptación al griego. El nombre de “Turta” hacía referencia a la región del sur peninsular que por tradición historiográfica se llamaba “Tartessos”, ahora «Tartesia», y a su vez perduró en el de la “Turdetania” íbera hasta época romana.
Pero en aquella época no había denominación genérica alguna para el conjunto de la Península Ibérica porque nadie, ni dentro ni fuera, tenía un concepto unitario de ella, algo que sólo surgió con la ampliación del horizonte cultural e histórico que trajeron consigo las distintas colonizaciones primero y más tarde la conquista romana. Los nombres que habrían de imponerse, “Hispania” e “Iberia”, no partirían de ninguna denominación propia peninsular, sino que fueron formas de designar que provenían del exterior y que se convirtieron en perfectos símbolos del peso progresivo de las civilizaciones extranjeras en los procesos que vivieron las antiguas culturas locales.
El nombre latinizado de “Hispania” procede de “Ispania”. Esta es la denominación de origen semítico con la que los fenicios llamaron a la Península Ibérica. Tuvo seguramente en principio un sentido restringido a la zona que inicialmente conocieron los colonizadores, el sur peninsular, y adquiriría paulatinamente el valor genérico que se consagraría en época romana. Por entonces, los griegos utilizaban la denominación equivalente de “Iberia”, pero Roma prefirió la de “Hispania” en cierta manera por su carácter hegemónico de potencia sucesora de los cartagineses en el dominio de la Península. El actual nombre de “España” deriva etimológicamente de dicha palabra.
El origen del nombre de “Ispania” es más discutido. En el siglo XVII el erudito francés Samuel Bochart en su “Geografia Sacra” indicó que tenía su origen en la palabra hebrea “saphan”, que significaría “conejo». Por lo que “Ispania” sería “tierra de conejos”.
En el siglo XVIII el ilustrado español Cándido María Trigueros rebatió la hipótesis de Samuel Bochart y propuso que el origen de la palabra estaba en “sphan”, que significa “septentrión” o “norte”, de modo que sería la tierra que divisaban los fenicios cuando llegaban desde la costa norteafricana, por el Estrecho de Gibraltar.
A comienzos del siglo XX el historiador alemán Adolf Shulten, estudioso de la España antigua, aceptó la propuesta de Samuel Bochart, pero la matizó para establecer que el nombre sería más propiamente originario de la palabra compuesta fenicia “i-shepan-im”, cuyo significado es “isla o costa de los conejos”. La justificación a esta etimología se debe a las numerosas referencias en los textos antiguos a la existencia en la Península de gran cantidad de dichos animales, que incluso llegaron a ser un problema para los cultivos.
Estudios recientes, en la línea de Cándido María Trigueros, proponen una explicación a partir de la palabra compuesta de origen fenicio, “i-span-ya”, cuyo significado es “isla o costa del norte”. En este caso la justificación a esta etimología estaba en que era la tierra que para los fenicios estaba en el norte, en contraposición de la norteafricana que conocían del sur. Se aplicaría inicialmente a las primeras tierras colonizadas del sur peninsular para irse extendiéndose según avanzaban los tiempos y los fenicios iban adquiriendo una conciencia más clara de la geografía del territorio, ampliando su área de incursión en suelo peninsular.
También hay una nueva hipótesis que explicaría el origen del nombre de “Ispania” a partir de la derivación de “span” desde una raíz lingüística relacionada con el significado de “forjar”, por lo que la palabra “i-span-ya” significaría “isla o costa de los forjadores”. Esta es una suposición sustentada por el destacado desarrollo en la metalurgia de la cultura tartésica con la que se encontraron los fenicios cuando llegaron a la Península Ibérica.
Los griegos, por su parte, dieron al territorio el nombre de “Iberia”. Su origen derivaba a partir del río Hiberus, supuestamente asociado al río Tinto o al río Odiel, que desembocan juntos en la Ría de Huelva. En la antes citada “Ora Marítima” se indica la existencia de una “Hiberia” y el río “Hiberus”. Originalmente se refería a la comarca y a las gentes localizadas en la zona de la costa de este lugar. Seguramente las costas de Huelva pudieron ser un punto privilegiado de conexión directa de los griegos con los tartessos, como también lo había sido para las primeras navegaciones fenicias. Pero pronto adquiriría el nombre de “Iberia” un sentido más genérico para aplicarse al conjunto del territorio conocido por los griegos con el que tenían una relación más o menos directa, es decir, la parte meridional y mediterránea peninsular. Este es el significado que tenía en el siglo V a.C. para el geógrafo e historiador griego Heródoto. En época romana se amplió el valor alusivo del nombre a toda la Península Ibérica, a pesar que la formaban pueblos con costumbres distintas, prevaleciendo el criterio geográfico al cultural. Así, Estrabón en la mencionada obra “Geografía” utiliza el nombre “Iberia” para referirse a este territorio y le dedica el tercer volumen completo de los 17 de los que consta en total.
Había otra “Iberia” en Asia Menor, en el Cáucaso y a orillas del Ponto (el Mar Negro), territorio situado en la actual Georgia, que los griegos debieron conocer en sus tempranas navegaciones por este mar oriental. Pero no se sabe cuál de las dos recibió el nombre primero. Estrabón dejó escrito que el nombre era el mismo porque ambas tenían minas de oro, aunque indicaba que no había relación étnica ni cultural entre los dos lugares.