Los verracos

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Los verracos son esculturas inicialmente realizadas por los vetones y luego por los romanos, casi siempre de granito, que representan cerdos, jabalíes o toros. Están datados desde del siglo IV a.C. hasta el siglo I d.C. Es un tipo de escultura algo esquemática, que tiende a representar los rasgos más significativos del animal. Son todos animales machos, repitiendo siempre la misma postura, de pie y sobre una peana. La palabra verraco proviene de un término en latín cuyo significado es “macho porcino reproductor”.

El número de verracos documentados que han llegado hasta nuestros días son algo más de 400 ejemplares, de diverso tamaño y tipología, aunque se cree que posiblemente puede haber algunos más todavía sin descubrir. A veces no están completos e incluso se reutilizaron partes de ellos como sillares en épocas posteriores para la construcción de edificios o murallas, algo que ocurre en la Puerta de San Vicente de la muralla de Ávila.

Actualmente lo que podemos contemplar es la talla en piedra sin más, pero hay bastantes indicios de que estaban adornados con algunos otros elementos. Por ejemplo, los orificios que tienen muchos de ellos a la altura de los cuernos debieron ser usados para incrustar algún tipo de cornamenta de madera o material similar. También aparece frecuentemente a la altura del lomo unas pequeñas concavidades que quizás servían para la realización de determinadas ceremonias o rituales relacionados con estos animales. Además, posiblemente los verracos fueran figuras policromadas, al igual que otras muchas esculturas íberas de aquella época.

Hasta el siglo II a.C. estuvieron vinculados con la cultura de los vetones y se extendieron por bastantes zonas del área de influencia de este pueblo emparentado con los celtas, en lugares de la Meseta del Occidente de la Península Ibérica limitados en el norte por el río Duero y en el sur por el río Tajo, sobre todo en lo que hoy son las provincias de Ávila, Cáceres, Salamanca, Segovia, Toledo, Zamora y en determinadas ubicaciones del norte de Portugal. A partir del siglo I a.C. los romanos que dominaban este territorio siguieron con la tradición. Los verracos realizados por los vetones habitualmente eran más grandes que los romanos, ya que algunos de éstos tenían algo menos de un metro de longitud.

El mayor de los pertenecientes a los vetones, de 2,50 metros de largo y 2,43 metros de alto, es el toro de la localidad abulense de Villanueva del Campillo. Está reconstruido ya que le faltaba toda la parte posterior. Su cronología es de los siglos IV a.C. o III a.C. Se localizó en un prado del término municipal junto a otro más pequeño y se exponen ambos en la Plaza del Ayuntamiento. Esta zona, muy rica en pastos y con abundantes manantiales, está situada cerca de la entrada al valle Amblés por el puerto de Villatoro.

Uno de los conjuntos escultóricos más destacados son los Toros de Guisando, ubicados en El Tiemblo, Ávila. Son cuatro verracos de 2,8 metros de largo y 1,5 metros de alto, que se encuentran en el mismo sitio donde fueron esculpidos, en la antigua frontera de los territorios vetones. Las esculturas están completas y muy bien conservadas. Al menos en una de ellas hay restos de una inscripción latina. Están fechadas entre los siglos IV a.C. y III a.C. Su enclave estratégico dio lugar a que se instalara allí una venta que pasó a conocerse como Venta Juradera, ya que en este lugar el rey Enrique IV se reunió con Isabel la Católica en el año 1468 y la juró por legítima heredera del Reino de Castilla.

Hay varias teorías sobre la función de los animales que están representados en estas esculturas, dentro del sistema de creencias de los distintos poblados que habitaban el Mediterráneo durante el primer milenio antes de Cristo. Hoy día se acepta que los verracos tenían principalmente funciones religiosas, protectoras, además de señalización de zonas de pastos y de vías de comunicación pecuaria. La ganadería era parte fundamental de la economía de estos pueblos y posiblemente a estas representaciones se las considerase una especie de divinidades.

Durante la época de los vetones, los verracos se encontraban en dos zonas bien diferenciadas, siempre en parajes muy visibles del entorno. Una era próxima a la entrada de los poblados, los oppida; aquí tendrían un sentido religioso y protector de las gentes que vivían en su interior. Otra cantidad muy significativa de verracos se han encontrado en sitios de pastos, a una distancia relativamente cercanas de los poblados, hasta 4 kilómetros a su alrededor. Eran lugares en donde los pastos y el ganado formaban la base fundamental de la supervivencia de estas comunidades de la Edad del Hierro. Aquí podrían representar una protección del ganado y también indicar una especie de hitos territoriales, es decir, los puntos indicativos de las zonas más importantes de pastos a donde llevar al ganado, de manera equivalente a un sistema de ordenación y planificación geográfico para los ganaderos vetones.

En el periodo romano tuvieron principalmente una finalidad de monumento funerario, colocándose sobre las urnas de piedra, las “cupae”, en donde se depositaban las cenizas y los ajuares de personajes destacados. Algunos tienen inscripciones en latín que recogen el nombre del difunto a la que está dedicada la escultura. En esta época se esculpieron nuevos verracos y también se reutilizaron algunos antiguos. Sin embargo, su utilización iría decayendo hasta que dejaron de tener uso a partir del siglo II d.C.

 

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