El ajedrez y la influencia de Al-Ándalus en su expansión

El ajedrez y la influencia de Al-Ándalus en su expansión

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El ajedrez lleva muchos siglos cautivando a millones de personas en el mundo, ya sea considerado juego, arte, ciencia o deporte. Hay evidencias de múltiples juegos de mesa con tableros y piezas en las antiguas culturas egipcias, griegas y romanas, pero ninguno puede considerarse precursor del ajedrez, sino únicamente la prueba de la existencia de este tipo de juegos en distintas civilizaciones. Para encontrar la forma más similar al ajedrez actual tenemos que remitirnos a un legendario juego aparecido en el norte de la India a principios de nuestra era. Era conocido con el nombre de chaturanga y es el más antiguo ancestro del ajedrez.

El chaturanga se jugaba entre cuatro personas en un tablero de 8 casillas en cada lado, formado 64 casillas todas del mismo color. Los bandos norte y oeste eran aliados y luchaban contra los bandos sur y este. Tenía 6 piezas: el rajá, equivalente al rey; el consejero, equivalente a la reina; el caballo, equivalente a la pieza del mismo nombre; el soldado, equivalente al peón; el elefante; y el carro. Estas cuatro últimas piezas tenían su correspondencia en el ejército indio de la época. No en vano, el término chaturanga se acuño de la combinación de dos palabras en sánscrito, la lengua clásica india: “chatur”, que significa “cuatro”, y “anga”, que significa “sección”, es decir, las cuatro secciones que integraban el ejército indio: caballería, infantería, elefantes y carruajes.

El chatarunga se expandió desde la India hacia el Oriente y Occidente, sobre todo a través de itinerarios comerciales como la llamada Ruta de la Seda. Se fue transformando y adquiriendo ideas de otros distintos hasta llegar al ajedrez. Por ejemplo, tuvo una importante influencia del juego persa denominado shatranj. En la cultura árabe fue donde su desarrollo fue mayor y la que creó la base sobre la cual se asentó el ajedrez moderno. La palabra ajedrez proviene del árabe “al-shatranj”. A su vez, las raíces musulmanas también se conservan en la exclamación victoriosa que se dice cuando se elimina al rey contrario y finaliza la partida: “al-shah-mat”, “el rey ha muerto”, cuya pronunciación “al scacmat” ha derivado en la expresión “jaque mate”.

Durante el siglo IX comenzaron a aparecer varios tratados que giraban en torno a las incógnitas que planteaban el propio juego, los torneos de la época y el nombre de los primeros maestros. Obras como “El libro del ajedrez”, de Al-Adli, “El libro de los problemas del ajedrez”, de Al-Lajlaj, o “Elegancia en el ajedrez”, de Ar-Razi, ponen de manifiesto la importancia que el pueblo árabe dio a este juego. Incluso era considerado como una valiosa ayuda pedagógica para el desarrollo del pensamiento lógico.

Poco después, en el año 934, apareció la célebre leyenda árabe de Al-Masudi, que atribuía la paternidad del juego al sabio Sissa Ben Dahir. Cuenta que éste, deseoso de distraer a su soberano, aquejado de un profundo aburrimiento, concibió el ajedrez. El rey quedó absorto con este sutil ejercicio y se curó de su melancolía. Después, queriendo recompensar al sabio, le prometió darle cuanto pidiera. “Me conformo con un grano de trigo en la primera casilla, dos en la segunda, cuatro en la tercera, ocho en la cuarta, y así en las siguientes, doblando el número de granos en cada casilla hasta la última”, respondió modestamente Sissa Ben Dahir. El monarca ordenó que así se hiciera, pero jamás pudo cumplir su palabra. Desconocía que la petición seguía una función exponencial y que el número final correspondía a 18.446.744.073.709.551.615 granos de trigo (es decir, casi 18 trillones y medio), una cantidad descomunal que no se podía conseguir ni con todas las cosechas del mundo en muchísimos años.

Al pueblo árabe se debe la gran difusión experimentada por el ajedrez. Al-Ándalus fue su principal vía de entrada en Europa. Lo trajeron consigo para luego transmitirlo a toda la Península Ibérica, y desde aquí llegaría al resto del continente. La versión que existía entonces del juego era, en gran medida, parecida al actual. La diferencia más notoria residía en la escasa movilidad de las piezas, sobre todo de la reina, los alfiles y los peones, que sólo podían avanzar una casilla en el primer movimiento. Por ello, la apertura consistía en una serie de maniobras para llegar a un punto a partir del cual las piezas pudieran comenzar a entrar en liza. Tampoco existía el enroque.

Como consecuencia de la influencia de la cultura árabe en la Península Ibérica, el interés por el ajedrez no tardó en instalarse aquí, donde arraigó especialmente. Con el avance de la Reconquista, este juego de mesa, que no deja de ser un campo de batalla incruento, se practicaba de modo regular por nobles y clérigos cristianos. Durante la Edad Media se escribieron varias obras sobre el juego del ajedrez por parte, sobre todo, de los judíos donde se establecían sus normas y reglas. Hasta finales del siglo XII las casillas del tablero eran de un solo color, normalmente blancas, con las líneas de separación marcadas, pero ya en el siglo XIII la alternancia de casillas negras y blancas estaba totalmente generalizada.

En el año 1283, el rey Alfonso X el Sabio escribió el “Libro de los juegos” o también llamado “Libro del ajedrez, dados y tablas”, la obra más destacada que nos ha llegado de la Edad Media sobre el ajedrez. Consta de 98 folios de pergamino con 150 ilustraciones en color y está dividido en siete partes, la primera de las cuales es la que está dedicada exclusivamente al ajedrez. En ella se incluyen 103 problemas para resolver con diversa dificultad. El libro contiene también la descripción más antigua del juego de los dados o del backgammon, incluyendo algunos otros, como el alquerque, importados de los reinos musulmanes. Se trata de uno de los documentos más valiosos que tenemos para la investigación de los juegos de mesa. El manuscrito original se conserva en la biblioteca del Monasterio de El Escorial, en Madrid.

Es en esa época cuando el ajedrez toma el aspecto medieval que tiene hoy día, con el rey y la reina, los caballeros, las torres y los obispos, éstos luego trasformados en alfiles. Hay que decir que el rey, el caballo, la torre y el peón se movían como en la actualidad. En cuanto al movimiento de la reina y el alfil, las diferencias con nuestro ajedrez eran importantes. La reina era la pieza más débil del ajedrez medieval, pudiéndose mover sólo a una casilla adyacente en diagonal, hacia adelante o hacia atrás. Y el enroque no existía aún.

Italia fue otro importante lugar de propagación del ajedrez por Europa debido a la conquista árabe de Sicilia y Cerdeña. El hechizo del ajedrez se habría extendido por la práctica totalidad del continente europeo hacia el siglo XII. Su dimensión pronto traspasó desde las fronteras lúdicas hacia los dominios del arte y la ciencia, para convertirse en una materia de exploración del intelecto humano. En ese mismo siglo, el escritor, teólogo y astrónomo español Pedro Alfonso de Huesca en su tratado denominado “Disciplina Clericalis”, apuntaba al ajedrez, junto con la equitación, la natación, el arco, la lucha, la cetrería y la poesía, como un arte imprescindible para la formación de todo noble caballero. Para la devota cultura del Medievo, el ajedrez no sería sino una manifestación más del orden del universo, y en diversos escritos de la época llegó a ser considerado, además de metáfora del mundo, como valiosísima lección moral: Dios dispone y los hombres sólo se mueven bajo sus designios, acatando el destino divino y las reglas del juego.

A finales del siglo XV las reglas del ajedrez experimentaron cambios que lo acercarían al juego que conocemos. Las modificaciones pretendían otorgar movilidad a las piezas para agilizar las aperturas y potenciar la importancia de las mismas. Los peones ganaron la oportunidad de avanzar dos casillas desde la posición original, y el alfil pasaba a desplazarse de manera oblicua a lo largo de las casillas del color en que se encontraba. Pero la pieza que más vio modificada su función fue la reina, o la dama, que de escasamente útil pasó a ser la más poderosa del tablero, ya que unía los movimientos de las torres y de ambos alfiles. Debido a estos cambios, en algunos libros y tratados ajedrecísticos de los siglos XV y XVI la renovada versión del juego sería apodada “axedrez de la dama”.

Entre los siglos XVII y XIX, el ajedrez comenzó a perder el sentido otorgado por el dogmatismo medieval y, con la llegada de la ilustración y la emancipación del pensamiento, se consolidó como el juego predilecto de los intelectuales. A principios del siglo XVIII, la escena ajedrecística estaba dominada por Francia e Inglaterra, donde empiezan a surgir grandes jugadores. Es el caso del músico francés François André Danican, conocido como Philidor, considerado primer gran teórico de la materia y autor de “El alma del ajedrez”, obra que reconoce el carácter fundamental de los peones y establece las primeras bases posicionales del juego. El ajedrez se convirtió en una de las distracciones favoritas de la aristocracia en Europa y empezaba a estar muy presente también en las cortes reales, que solían invitar a los jugadores estrellas.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los campeones no solo se enfrentaban en duelo ante el tablero, sino que comenzaron a acudir a los primeros torneos. En el año 1862 se organiza uno en Londres en donde existe por primera vez la limitación de tiempo de juego mediante un reloj de arena que garantizaba que la partida no durase más de dos horas. En este torneo hizo aparición el futuro maestro Wilhelm Steinitz, que aquí acabaría en sexto lugar, pero en el año 1886 se proclamaría primer campeón mundial de la historia del ajedrez al ganar en Estados Unidos al polaco Johannes Zukertort.

El maestro Wilhelm Steinitz está considerado como el primer maestro que entendió la verdadera dimensión del juego y el que abrió el camino hacia su estudio sistemático. Los rasgos distintivos de su juego eran la defensa, el uso del rey como pieza activa y una extraordinaria habilidad para sacar partido de los peones. La discusión sobre la efectividad o no de su método fue el motor que permitió seguir desarrollando el juego a principios del siglo XX. Los siguientes grandes ajedrecistas seguirían la estela de este teórico, que acabaría sus días en un sanatorio mental de Nueva York en el año 1900. El segundo campeón del mundo fue el alemán Emanuel Lasker, luego le seguiría el cubano José Raúl Capablanca, y así una lista de carismáticos campeones como Boris Spassky, Bobby Fischer, Anatoly Karpov y Garry Kasparov.

La riqueza de las formas y estilos en la producción de las piezas, así como los materiales utilizados para su elaboración, refleja una evolución que viene de lejos. En la época medieval, el ajedrez era muchas veces una distracción propia de los señores y las piezas utilizadas constituían a menudo auténticos objetos de lujo. El oro, la plata y el marfil eran los materiales más empleados. La expansión colonial de los siglos XVIII y XIX dio un gran impulso a la producción de marfil y potenció el desarrollo de talleres en Europa e India. Pero los artesanos también han elaborado piezas con materiales tan variados como el ámbar, la porcelana, el esmalte, el hierro, el vidrio o la madera

Este juego se podría considerar como una metáfora de la guerra, con armas cerebrales y agresiones psicológicas. Pero a nadie se le escapa el poder simbólico de muchas de esas batallas libradas frente a un tablero. El último paso realizado ha sido la incorporación de la tecnología informática. En el año 1997, el superordenador “Deep Blue”, construido por IBM, derrotaba al entonces campeón mundial Garry Kasparov. Sin embargo, los misterios de este juego ancestral y sus vínculos con la humanidad permiten que la utilización de toda la potencia de la que puede hacer uso el cálculo computacional, muchas veces todavía no sea suficiente para vencer a los grandes maestros. Aún así, parece que no está lejos el día en que la máquina consiga imponerse al ser humano por sistema.

 

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