Iglesia de Santa María de Melque

Iglesia de Santa María de Melque

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Periodo: Siglo VII.

Lugar: San Martín de Montalbán, Toledo.

Coordenadas GPS: 39.750789°, -4.373119° / 39° 45′ 2.84″ N, 4° 22′ 23.23″ W.

La iglesia de Santa María de Melque está situada a unos 5 kilómetros al norte de la localidad de San Martín de Montalbán. Formaba parte del monasterio de Santa María de Melque. Este monasterio fue edificado en el siglo VII y estaba ubicado en las proximidades de una importante vía de comunicación que acabó convertida en una gran cañada durante la Edad Media. En este lugar hubo anteriormente una construcción romana, posiblemente una villa. Ocupaba una parcela de unas 25 hectáreas y se encontraba rodeado de una cerca que delimitaba las dependencias monásticas. En el espacio cercado se realizó un complejo sistema de aterrazamientos para crear campos de cultivos con los que mantener a la comunidad religiosa. Estaba junto a dos vaguadas por los que pasan el arroyo Ripas y el río Torcón, afluente de la margen izquierda del río Tajo. En estas vaguadas se realizaron cinco presas de agua.

Está construida con sillares irregulares de granito unidos sin argamasa y se erigió sobre la elevación de terreno que existe en el centro del recinto. Su posición y monumentalidad la convirtieron en el referente privilegiado de todo el conjunto. El edificio tiene planta cruciforme, arcos de herradura y un pórtico a sus pies. En el brazo sur del crucero se construyó un arcosolio funerario para albergar el enterramiento funerario del fundador del templo. Dada la magnificencia de la obra arquitectónica y decorativa, parece indudable que se trató de un personaje importante de la corte visigoda de Toledo.

La etimología del topónimo “Melque” proporciona un indicio de quien pudo ser el promotor del conjunto monástico. En el siglo XII el lugar era conocido como «Santa María de Valatalmec», un término derivado de la expresión árabe “Balatabdelmelic”, que significa “palacio del servidor del rey”. Además, tanto la construcción como la decoración de estuco nos indican una empresa singular en la que debieron intervenir artesanos formados en la tradición bizantina. Parece evidente que el promotor del lugar fue alguien de la familia real o un miembro de la más alta nobleza palatina visigoda. Al ser fundado por un personaje ilustre de la corte visigoda toledana, permitió el auge inicial de la comunidad monástica. Así, al poco de su construcción se realizaron importantes reformas, plasmadas en la ejecución de las habitaciones ubicadas al noroeste de la iglesia y los muros de partición del patio.

Uno de los cambios más significativos fue el añadido de un recinto conformado con nichos en el lado occidental del brazo norte del crucero, que parece que tuvo una funcionalidad funeraria. Quizás era el osario de la comunidad monástica dado el reducido tamaño del recinto, su tipología y su situación junto a la necrópolis de la comunidad. En efecto, junto a la iglesia y a este recinto se halla la necrópolis del monasterio. Es posible, que la citada necrópolis fuera en realidad el pudridero de la comunidad, y que posteriormente, una vez descarnados, los restos fueran retirados para ser colocados en los nichos de esta estancia. Esta era una práctica bastante extendida entre los monasterios medievales. Se sigue así la norma isidoriana que procuraba la unión de los monjes incluso después de la muerte.

Disponía de una rica decoración de estuco, un caso singular aunque no único en los edificios visigodos. Esta tradición, habitual en el Oriente bizantino, era conocida en Occidente y se ligaba a construcciones excepcionales. Su amplio desarrollo en molduras y arcos, unido a la presencia de altares, canceles y telas, dotó al edificio de una apariencia muy distinta de la que tiene en la actualidad. Además, el templo debió tener también otros elementos ornamentales, como lámparas, vasos sagrados, cortinajes y telas litúrgicas. E incluso quizás también coronas votivas como las que se encontraron en el tesoro visigodo de Guarrazar, hallado cerca de Toledo.

Con la llegada de los musulmanes y fin del reino visigodo en el año 711, la comunidad monástica continuó con su vida, aunque ahora adaptada a la nueva realidad social y política. Se construyó una muralla con finalidad claramente defensiva, debido a la situación de inestabilidad que había en la región en el siglo VIII. La muralla está formada por dos muros paralelos y posee una puerta de seis metros, con un acceso sencillo y un torreón rectangular en su lado oriental.

El clima político poco favorable a estos núcleos de cultura visigoda provocó el éxodo de muchas de las comunidades monásticas hacia el norte cristiano. Esto ocurrió también con el monasterio de Santa María de Melque. Después de una breve etapa de abandono, fue nuevamente habitado y reutilizado como alquería. Los nuevos pobladores ocuparon los antiguos espacios monásticos y poco a poco fueron extendiéndose hasta rebasar la antigua cerca monástica. Surgiría así un poblado en torno al antiguo monasterio visigodo. La iglesia fue convertida en una fortaleza islámica cuyo fin era el control de la comunicación entre Toledo y Córdoba. Para ello las estructuras del templo fueron readaptadas a su nueva función militar, aumentando en altitud los muros del cimborrio, que quedó convertido en torre. Alrededor de esta fortaleza se levantó una muralla defensiva. El abandono del monasterio de Santa María de Melque y su posterior reocupación por una comunidad musulmana hacen pensar en la reutilización de la iglesia como mezquita, tal como ocurrió en muchas iglesias hispanas. El cambio habría sido posible gracias al aprovechamiento del arcosolio como mihrab y la utilización de una pileta como pila de abluciones.

Con la conquista de Toledo en el año 1085 por el rey Alfonso VI, el recinto pasó a manos cristianas. La repoblación de estos territorios fue lenta por la amenaza que suponían los frecuentes ataques, primero de almorávides y luego de almohades, siendo encomendada la defensa de este lugar a diferentes órdenes militares, hasta que, hacia el año 1130, el rey Alfonso VII la cedió definitivamente a la Orden del Temple.

La primitiva iglesia visigoda recuperó su función religiosa cristiana, sin perder por ello su apariencia y función militar. El valor estratégico que tenía propició la construcción de una pequeña muralla, dotada de su correspondiente foso en torno al templo, que ocasionó la demolición de las construcciones islámicas adosadas a la iglesia y la recuperación del nivel de suelo original. En él se cavaron las fosas de un nuevo cementerio, caracterizado por la presencia de tumbas antropomorfas, que aún rodean al templo. Esta muralla se reforzó en un momento posterior.

En la Baja Edad Media, y después de la supresión y consiguiente pérdida de las propiedades del Temple en el reinado de Fernando IV, el lugar pasó a ser controlado por la nobleza. A pesar del cambio, el templo-fortaleza siguió desempeñando un importante papel como centro de asentamiento y núcleo administrativo de un importante territorio. La situación cambió con el auge del cercano castillo de Montalbán, situado en sus inmediaciones. Esto restó empuje a la población y significó el fin de cualquier posibilidad de crecimiento.

A lo largo de la Baja Edad Media y posteriormente en época moderna, el lugar siguió en poder de las diferentes casas nobiliarias que detentaron el Señorío de Montalbán. En el siglo XIV perteneció a doña Beatriz, hija de Pedro I el Cruel. En el siglo XV pasó a ser propiedad de don Álvaro de Luna, condestable de Castilla, para años después pasar a pertenecer a los duques de Uceda y de Frías. En todos estos siglos se mantuvo el culto en el templo convertido ya en ermita. El mantenimiento del culto posibilitó la celebración de romerías que necesitaron la construcción de un gran porche en la fachada oeste, destinado al alojamiento provisional de romeros y visitantes.

En el año 1844 la finca de Melque fue vendida a particulares por el duque de Frías y Uceda. En esas mismas fechas la iglesia sufrió la desamortización de Mendizábal y dejó de tener actividad religiosa. Desde entonces el antiguo edificio fue utilizado como dependencia para el conjunto de casas labriegas que se construyeron en sus alrededores. En ese periodo el inmueble se aprovechó como cantera y desparecieron varias estructuras, como la muralla, la esquina de la torre y la capilla delantera. Don Jerónimo López de Ayala, conde de Cedillo, fue quien a principios del siglo XX descubrió el valor de este antiguo conjunto monástico, publicando sus primeros estudios y permitiendo que se recuperase como construcción histórico artística de importancia.

Está considerado como uno de los monumentos religiosos más significativos que se conservan de la época visigoda en la Península Ibérica. El acceso mediante la carretera comarcal CM-4009, desde donde parte un camino señalizado en buen estado que conduce a la iglesia. Dispone de un centro de interpretación con contenidos audiovisuales y paneles explicativos. A pocos kilómetros se encuentra el castillo de Montalbán, de origen musulmán.

 

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