La peste negra

La peste negra

Inicio » Entradas » Edad Media » La peste negra

A finales del año 1347 la epidemia mortal de una plaga bubónica llegó a Europa. Se la conoció como la peste negra y también se extendió por todo el territorio de la Península Ibérica, causando grandes estragos en la población. Fue una de las importantes causas de la crisis que hubo a lo largo de todo el continente en este periodo bajomedieval del siglo XIV: las múltiples guerras, las malas cosechas, la elevada presión fiscal, el hambre y la peste negra.

La epidemia devastó rápidamente la población de Europa hasta el año 1353, produciéndose un gran desastre demográfico. En estos pocos años murieron unas 25 millones de personas, que eran aproximadamente algo más de un tercio de los habitantes del continente. En algunos lugares desapareció hasta la mitad de la población. En Asia, donde estuvo su origen, se calcula que pudieron morir unas 50 millones de personas. Está considerada como uno de los mayores dramas en la historia de la humanidad.

Desde Asia llegó a Europa a través de una pequeña flota de barcos genoveses que en el mes de octubre del año 1347 volvían de la ciudad de Caffa, entonces una importante colonia del estado de Génova en la costa del mar Negro. Actualmente se denomina Feodosia y pertenece a la península de Crimea. Se cree que la plaga entró en Caffa durante un asedio sin resultado de los tártaros, que arrojaban a la ciudad por encima de sus murallas, utilizando catapultas, los cuerpos de sus soldados muertos de la peste negra. Los marineros habían entrado allí en contacto con un mal hasta entonces desconocido. Cuando los barcos llegaron a Sicilia, muchos de ellos ya habían muerto o estaban muriéndose. La misteriosa enfermedad se extendió primeramente por toda la Península Itálica para, en poco tiempo, propagarse al resto del continente europeo.

En la primavera del año 1348 la peste llegó a Mallorca y durante el verano de ese año comenzó a extenderse por toda la Península Ibérica, azotando con especial dureza a la mitad oriental. Afectó más a las ciudades, por la concentración de la población y falta de medidas higiénicas, y aunque los poderosos no quedaron a salvo de ella, la mayor parte de las víctimas procedían de los sectores populares. La población estaba totalmente indefensa, confiando únicamente en la suerte y en la fe para esquivar la enfermedad. Se creó un clima de inseguridad y un estado emocional que propiciaron el aumento del fervor religioso. En algunos lugares de la península los judíos fueron señalados como culpables de la aparición de la peste, acusados de envenenar las fuentes y los pozos. Se produjeron manifestaciones de violencia, con persecuciones, saqueos y linchamientos en las juderías, que dejaron un reguero de bastantes muertos. Se buscaba un chivo expiatorio en la que descargar la ira, a sabiendas que la plaga no respetaba a nadie, ya fuesen cristianos, judíos o musulmanes. Esta marginación social originó bastantes huidas y conversiones forzosas al cristianismo. La peste negra fue la causa de la muerte del rey Alfonso XI de Castilla el 26 de marzo de 1350.

El contagio se producía mediante una bacteria, transmitida desde las ratas a los seres humanos a través de la picadura de las pulgas. Uno de los síntomas que producía en los infectados era una sed insaciable. Después de unos seis días de incubación, la enfermedad se manifestaba primeramente por un fuerte dolor de cabeza y por una pústula negra allí donde había picado la pulga. Unas horas después se producía una fiebre alta y se inflamaban casi de inmediato los nódulos linfáticos del cuello, las axilas y las ingles. Las pústulas inmediatamente cubrían todo el cuerpo, muriendo el afectado entre grandes sufrimientos en menos de un día. Pero la peste también tenía otras manifestaciones igual de letales y dolorosas: la peste neumónica y la peste septicémica. La peste neumónica se gestaba en tres días, encharcaba los pulmones y el enfermo moría ahogado en su propia sangre. La peste septicémica penetraba en la sangre haciendo imparable la infección, muriendo la víctima en apenas un día.

La enfermedad era muy contagiosa y se transmitía por la tos, el contacto con los infectados y las picaduras de los animales. Se producía tal contaminación que era muy difícil evitarla. Como las manifestaciones de los tres tipos de peste eran diferentes, nadie sabía de qué se trataba ni cómo hacerla frente. Se crearon las teorías más disparatadas y se adoptaron las medidas más extrañas. El pánico se desató en todos los lugares y para la mentalidad religiosa de la sociedad medieval se considerada que su origen estaba en un castigo divino debido a los pecados terrenales. Las supersticiones encontraron en aquellos momentos de incertidumbre un caldo de cultivo idóneo para que se generalizasen.

La medicina de la época no acertaba a dar una solución adecuada a la enfermedad. Era una mezcla de creencias religiosas, ignorancia y pura charlatanería. Sólo unos pocos médicos fueron capaces de dar con el origen de ella, pero la mayoría se perdía en conceptos difusos como que era el resultado de cambios en la climatología, de algunos terremotos que se habían producido, de la lujuria, de dormir demasiado o incluso de la conjunción de ciertos planetas y otras ideas de semejantes características. Los remedios con los que se pretendía atajar el mal eran de diversa índole, ninguno de ellos realmente efectivo ya que no había cura conocida. Sobre todo eran rezos y amuletos. En el terreno de lo material, se recomendaba el consumo de higos, avellanas, aceite de oliva y especias. También había consejos de tipo terapéutico, como llevar prendidos ramilletes de hierbas aromáticas, tomar pócimas diversas, dormir en determinadas posturas y realizar sangrías. Incluso había gente acomodada que tomaba infusiones hechas a base de oro y plata. Las autoridades amurallaban las ciudades en un intento vano de frenar el avance incontrolable de la plaga. Algunos cerraban puertas y ventanas recluyéndose en sus hogares y muchos huían de las ciudades para refugiarse en el campo, evitando cualquier contacto humano.

Una vez terminada esta terrible pandemia, todo lo que había sucedido ayudó a que surgiera un cambio social, un nuevo pensamiento, una nueva visión de la vida y de la muerte que desembocaría en la luminosa época del Renacimiento. El declive de la jerarquía feudal existente propició reemplazos en estos puestos dominantes. La falta de mano de obra para el trabajo creó una demanda en el mercado laboral que antes apenas existía, y desarrolló la inventiva hacia una mecanización incipiente. La economía, completamente transformada por lo ocurrido, comenzó a apoyarse en el comercio. Hubo un avance hacia el progreso, el mundo de las ideas experimentó una auténtica revolución, la medicina evolucionó, mientras que el ser humano cobró una importancia que no había tenido antes en la Edad Media, cuando el centro de todo era Dios.

Aunque ésta fue la peor epidemia de peste que ha existido, después de ella los habitantes de los reinos peninsulares sufrieron otras cuatro apariciones antes de terminar el siglo XIV, varios episodios durante el siglo XV y brotes repetidos durante el siglo XVI. Los últimos casos conocidos en España de esta enfermedad se produjeron a finales del siglo XVII. A lo largo del siglo XVIII continuaron apareciendo plagas locales en diferentes lugares de Europa, sobre todo en la península de los Balcanes, donde las medidas adoptadas por los turcos terminaron bien entrado en siglo XIX con los últimos casos registrados.

En el año 2011 unos científicos de la Universidad de Tübingen, en Alemania, resolvieron uno de los mayores misterios de la medicina: cuál era la bacteria que había provocado la epidemia más mortal de la historia. Se valieron de unos 50 esqueletos procedentes de un cementerio londinense del siglo XIV que se empleó únicamente para enterrar víctimas de esta enfermedad. Utilizaron varios cráneos para, mediante una técnica innovadora, extraer del núcleo de los dientes restos de la bacteria responsable y analizar su ADN. Y se llevaron una gran sorpresa. El ADN de la bacteria de la peste negra es casi idéntico al de las bacterias de las epidemias modernas. A la bacteria de la peste negra se la conoce como «yersinia pestis» y sigue todavía activa en la actualidad. Parece seguro que la bacteria “yersinia pestis” se extendió por primera vez entre la población humana en esta gran epidemia medieval, y eso explicaría por qué murió tanta gente, ya que la población no era inmune a una enfermedad todavía desconocida que hacía que se mostrara extremadamente vulnerable a ella. A partir de ahí, los supervivientes se fueron inmunizando y transmitieron dicha inmunidad a las siguientes generaciones. Los europeos modernos son descendientes de los supervivientes de la peste negra, por lo que han heredado un elevado grado de inmunidad a la plaga que origina la bacteria «yersinia pestis».

Los seres humanos han sufrido desde su origen enfermedades epidémicas que al propagarse se convirtieron en pandemias, diezmando a la población y provocando cambios en todos los órdenes de la vida. Las enfermedades epidémicas se empezaron a controlar en el siglo XIX, con los descubrimientos de Luis Pasteur y Robert Koch sobre microbiología y la invención de las vacunas. Hasta entonces, no había forma de hacerlas frente. En 1910, se creó la Oficina Internacional de Higiene Pública, antecedente del origen en 1945 de la Organización Mundial de la Salud. Actualmente sufrimos una pandemia que ha causado la crisis mundial más grave después de la Segunda Guerra Mundial. El nuevo coronavirus Covid-19 apareció durante el 2019 en Wuhan, capital de la provincia China de Hubei. Tuvo su primer registro oficial fuera de China en enero de 2020 en Tailandia. Fue declarada pandemia en marzo de ese año. Aunque a lo largo de toda la historia de la humanidad ha habido pandemias, al ser nuestro planeta una aldea global, los efectos de la actual son aún impredecibles.

 

Anterior