El espejo es un práctico instrumento utilizado desde hace miles de años. Seguramente los más antiguos en la prehistoria eran simples reflejos naturales en el agua, ya fuese de lugares calmos o de la recogida en recipientes. Los primeros fabricados fueron empleando piedras pulidas como la obsidiana. Se conocen del sexto milenio a.C. en Anatolia. Más tarde se crearon a partir de metales pulidos, generalmente cobre, bronce o plata, a los que se les añadía un mango. Los de este tipo aparecieron entre el cuarto y tercer milenio a.C. en Mesopotamia y Egipto. Siempre se hacen con superficies planas. Los fenicios los introdujeron en la Península Ibérica. Parece que los antiguos romanos son los que empezaron a producirlos en serie. A partir del siglo XIII se comenzaron a utilizar los elaborados con vidrio y cristal de roca sobre una lámina metálica. Su uso no se generalizó hasta el siglo XVIII. En la actualidad se fabrican con una delgada capa de plata o aluminio sobre una plancha de vidrio.

El espejo siempre ha tenido en todas las culturas un gran poder mágico y mitológico, muchas veces relacionado con la idea de que es una ventana de acceso al otro mundo o también a que la imagen reflejada en él se asocia al alma de la persona.