Los primeros barcos

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La navegación es un arte y una técnica que se conoce desde la Prehistoria. Se han encontrado restos arqueológicos en diferentes islas mediterráneas que demuestran que 10.000 años antes de Cristo los humanos eran capaces de construir embarcaciones con las que navegar. Serían utilizadas tanto para la pesca costera como para el trasporte de personas y mercancías. Hay constancia que desde la época del Neolítico se hacían largas travesías marítimas en el entorno de la Península Ibérica, a lo largo de la cuenca mediterránea y por determinados puntos de la zona atlántica europea. Al principio las naves eran canoas realizadas a partir de troncos unidos con cuerdas, que poco a poco se irían perfeccionando, sobre todo cuando las nuevas herramientas de metal permitieron trabajar la madera para conseguir mejores embarcaciones.

En ese periodo, el más desconocido y antiguo de la historia de la navegación, buena parte de las gentes de los pueblos asentados en los litorales marinos dedicaban su tiempo a las actividades pesqueras, algo que contribuiría a que en poco tiempo se generalizase la exploración y el transporte por el mar. Se procuraba que fuesen travesías diurnas y de cabotaje, sin perder de vista la línea de tierra, estableciéndose así diversas rutas marítimas entre las poblaciones costeras. Parece que se podría llevar aves a bordo de las embarcaciones como sistema de auxilio. En caso de perder la vista de la costa y desorientarse, se soltaban para observar hacia donde se dirigían y de esta forma conocían la dirección más cercana a la tierra. También aprendieron la forma de aprovecharse de las corrientes marinas y de los vientos. Algo más tarde practicaron la navegación adentrándose en mar abierto, tanto diurna como nocturna, orientándose por los astros (sol, luna, estrella polar, etc.) para mantener una latitud constante.

A lo largo del III y II milenio seguiría evolucionando la navegación, sobre todo con el desarrollo de la metalurgia y la búsqueda de nuevos focos comerciales. Fue una etapa en la que coexistirían tecnologías de construcción naval tradicionales junto con otras más avanzadas. La Península Ibérica era uno de los principales centros estratégicos de los primitivos navegantes. Su localización entre el Mediterráneo y el Atlántico facilitaba los intercambios entre ambos ámbitos culturales. Poco a poco, las costas peninsulares irían recibiendo los aportes de las embarcaciones venidas desde el este y el norte, consolidándose como lugar intermediario y de distribución de materias primas. Se trataba de las primeras conexiones entre navegantes mediterráneos y atlánticos con las sociedades indígenas peninsulares.

A partir del siglo IV a.C. los cascos de los barcos ya tenían gran calidad náutica. Se empleaba un método de ensamblaje de origen fenicio, con un forro estructural sobre el que se apoyaban las cuadernas. La unión de las piezas se realizaba mediante lengüetas encajadas en unos huecos tallados que se fijaban con pasadores, todos elementos de madera. Sería un procedimiento de construcción que se utilizó hasta al menos el siglo VII d.C. Para ayudarse en la navegación se usaban escandallos o sondas que permitían conocer la profundidad de los fondos y también anclas de distintos tamaños para fondear.

La religión y las supersticiones acompañaron siempre a los marineros. Creían que bajo la superficie del mar existirían seres fantásticos y monstruos de diversa índole. También creían que los dioses regían el estado del mar y de las tormentas, las tempestades se producían a su capricho. Se utilizaban distintos rituales para conseguir el favor de los dioses antes de hacerse a la mar y a veces en el casco y las anclas se añadían elementos de protección. La navegación en alta mar era peligrosa, por eso se limitaría bastante en el invierno.

Los puertos y fondeaderos se conviertieron poco a poco en uno de los principales medios de intercambio económico y cultural, costumbres e ideas, de los asentamientos humanos. Eran puntos importantes en las rutas de comunicación marítimas o fluviales con las terrestres. Estaban situados en enclaves naturales o eran construidos, para dar resguardo y servicio a embarcaciones comerciales y militares. Pocos puertos antiguos dispondrían de espigones de protección y muelles para cargar, descargar o atracar. La mayoría eran fondeaderos en los que mercancías y viajeros se trasladaban mediante barcazas. Ejemplos son los puertos de Cartagena, Sagunto, Ampurias o Irún, en el estuario del Bidasoa. Y fondeaderos como el de Denia o Mazarrón. Algunos fluviales eran los de Sevilla en el Guadalquivir o Zaragoza en el Ebro, que servían de vías de unión por el interior así como de entrada y salida con el exterior.

El progreso de la navegación permitía el trasporte más rápido y más barato que por tierra. Un barco podía transportar en una sola travesía de larga distancia a muchas personas y toneladas de productos. Con el cambio de era el Mediterráneo era ya un mar romano, el Mare Nostrum, un gran mercado por el que transitaban productos de todas partes del Imperio: vino, aceite, trigo, tejidos orientales, salazones, mármoles, piedras lujosas para la construcción, especias, oro, plata, cobre, plomo, estaño y esclavos. El comercio se realizaba sobre todo desde las provincias hacia Roma.

La madera fue la principal materia empleada en la construcción de los barcos hasta el primer tercio del siglo XIX. Los carpinteros de la ribera seleccionaban las piezas de los montes, cuyas formas naturales se adaptaban a las necesidades constructivas de la embarcación. Se supervisaba que los cortes de dichas piezas se hicieran en las estaciones propicias, los meses invernales, cuando la madera tiene menos concentración de savia. Para la realización de los elementos estructurales más delicados como la quilla o las cuadernas se empleaba el roble, resistente al ataque de los hongos, insectos y moluscos.

Los musulmanes introdujeron en Al-Ándalus importantes innovaciones navales. En primer lugar la vela latina, con forma triangular y que permitía navegar en contra del viento. Más adelante el timón de codaste para facilitar el control en el rumbo del barco. En el siglo XI, un trayecto entre los puertos del sureste peninsular con los puertos norteafricanos podía durar entre dos a tres días, según la distancia y las condiciones meteorológicas. El viaje a Oriente era mucho más prolongado; el tiempo de navegación entre Almería y Alejandría era de entre setenta y cinco y ochenta y cinco días.

Durante los primeros siglos de la Edad Media el transporte marítimo se realizaba principalmente en buques mercantes con aparejo latino, muy apropiados para la navegación mediterránea. A partir del siglo XIII quedaron parcialmente liberadas las rutas comerciales a través del Estrecho de Gibraltar. La influencia de la construcción naval nórdica entra en el Mediterráneo con los buques procedentes del norte europeo. Apareció entonces la «coca», con gran capacidad de carga, vela cuadrada y gobernada por un timón axial. A finales del la época medieval la «nao» fue la protagonista de la navegación mercante, con altas bordas, vela cuadrada y en la mesana vela latina para facilitar las maniobras. La «carabela», pequeña y marinera, sería perfeccionada por marineros portugueses y andaluces en sus navegaciones atlánticas. Mientras, la «galera» continuaría constituyendo el buque de guerra por excelencia en el Mediterráneo. En este siglo siglo XIII, la introducción de la brújula hizo posible la navegación sin referencias astronómicas o geográficas. Permitía la confección de cartas náuticas y portulanos muy precisos, los cuales marcaban fondeaderos, puertos y rutas marítimas.

La conquista de Constantinopla por los turcos otomanos en el año 1453 interrumpió el comercio de la Europa cristiana con Oriente. Marinos portugueses consiguieron a finales del siglo XV llegar a la India circunvalando África. Poco antes, los Reyes Católicos habían financiado el proyecto de Cristóbal Colón, que acabó en el año 1492 con su desembarco en el Nuevo Mundo, el inmenso nuevo continente americano. Se abrió el periodo de los grandes viajes exploratorios. En la búsqueda de un acceso a la Ruta de las Especias, la expedición iniciada por Magallanes y acabada por Elcano logró circunnavegar la Tierra surcando los océanos Atlántico, Pacífico e Índico entre los años 1519 y 1522. Todos estos logros se conseguirían con la ayuda del desarrollo de la construcción naval castellana. En los astilleros cántabros, vizcaínos y guipuzcoanos, se construyeron desde la Baja Edad Media los buques mejor adaptados a la navegación atlántica. Los marineros cantábricos viajaban hasta Terranova y los andaluces se aventuraban desde hacía siglos por las costas africanas, ambos en busca de los mejores caladeros de pesca. Pero las largas travesías muchas veces convertían a los barcos en auténticos infiernos flotantes. Las ratas se ocultaban en las bodegas, dejando entre los alimentos regueros de orina y excrementos. Las epidemias estaban a la orden del día.

La Monarquía Hispánica emprendió en el siglo XVI una colonización de América que se serviría del sistema del monopolio. Las colonias españolas solo podían comerciar con un puerto peninsular: primero Sevilla y luego Cádiz. Para ello se estableció una única ruta comercial, la «Carrera de Indias». Pronto, la amenaza de los corsarios forzaría a la creación del método de convoy, con naves mercantes custodiadas por otras fuertemente armadas. Eran los «galeones», naves oceánicas especialmente desarrolladas para las rutas trasatlánticas.

En el comercio con América, los buques de la «Carrera de Indias» partían de España cargados principalmente con productos, ya fuesen manufacturados o no, destinados en su mayoría al consumo de la población europea instalada en tierras americanas. Transportaban vino, aceite, frutos secos, hierro, paños holandeses, franceses e italianos, sedas españolas, pertrechos de guerra para las guarniciones militares, etc. En el viaje de vuelta los barcos retornaban con productos genuinos americanos demandados en los mercados europeos, como tabaco, chocolate, madera, cueros y la cochinilla para obtener colorante, además de los productos asiáticos como la porcelana china que llegaban a través de los puertos americanos. Los metales preciosos venían en lingotes o ya convertidos en monedas en las cecas indianas. También se produjo un importante trasvase e intercambio de personas, ideas, costumbres y cultura en general.

Con la obtención definitiva de la independencia de las colonias americanas en el siglo XIX, el comercio español sufriría un fuerte colapso y se replegó sobre si mismo, transportando finalmente productos de procedencia casi exclusivamente española.

Representaciones gráficas prehistóricas.

La Península Ibérica cuenta, como testimonios iconográficos, con gran cantidad de representaciones prehistóricas de barcos en cuevas, abrigos naturales o al aire libre. Muchos de los lugares en donde están las figuras han sido interpretados como santuarios. Son más habituales en dos zonas: en el área del sur peninsular cercana al Estrecho de Gibraltar, y en el área del noroeste peninsular, la actual Galicia.

Sur peninsular.

En el sur peninsular, la zona cercana al Estrecho de Gibraltar, la tradición y arqueología sitúan las primeras navegaciones venidas desde el este mediterráneo. La variedad de embarcaciones representadas indica la existencia de contactos entre grupos con distintos niveles socioeconómicos. El barco se establecería como un medio esencial de comunicación y transporte. A finales de la Edad de Bronce comenzó a reemplazar en importancia a la actividad agraria dentro de las sociedades afectadas por el desarrollo de este comercio marítimo. Es una época que precedería a las colonizaciones de los fenicios y griegos, ya en el I milenio a.C., cuando los barcos surcaban de lado a lado el Mediterráneo.

En el área del sur, la más importante de las representaciones iconográficas se encuentra en el abrigo de la Laja Alta, en Jimena de la Frontera, Cádiz, a unos 40 kilómetros del Peñón de Gibraltar. Se sitúa dentro del Parque Natural de Los Alcornocales, en un territorio que comunicaría la Serranía de Ronda con las poblaciones asentadas en la costa. Contiene elementos típicos del arte rupestre esquemático, como figuras antropomorfas, ídolos oculados, cuadrúpedos, motivos circulares y geométricos, puntos, etc. Entre los dibujos que posee, aparece una escena náutica única compuesta por siete embarcaciones de diversas características y un símbolo cuadrangular, quizás una estructura portuaria como un fondeadero, que incluye un octavo barco en su interior. La mayoría de ellas se caracterizan por tener unos cascos redondeados. Seis de las naves tienen un mástil con aparejos, mientras que las otras dos, más pequeñas en tamaño y de cascos más alargados, carecen de método de propulsión a vela. Podría ser que estas dos embarcaciones llevaran las velas recogidas y el mástil plegado por estar maniobrando para entrar en puerto o estar ya atracadas en él. En esta escena náutica el sistema de guiado de las embarcaciones está constituido en algunos casos por un timón en forma de remo colocado en la parte posterior del casco, a la vez que cinco de las embarcaciones muestran un conjunto de remos o palas. Son tipos de naves que nos remite a modelos conocidos a principios del primer milenio a.C. en el Próximo Oriente. Por tanto, en este abrigo podría estar reflejada la visión autóctona de un acontecimiento excepcional para los pueblos locales, como pudo haber sido la presencia de una flota fenicia en la Bahía de Algeciras.

Hay otras zonas del Estrecho de Gibraltar en donde se han encontrado más representaciones de barcos. En el abrigo de Los Alisos, también denominado del Caballo, en Los Barrios, Cádiz, se puede identificar la figura de una embarcación con remos y un mascarón de proa en forma de cabeza de animal. En la cueva de Las Palomas, en Tarifa, Cádiz, está el dibujo de una embarcación que tiene el casco alargado, un mástil y diversas figuras humanas. En el abrigo de Huerta de las Pilas, en Los Barrios, Cádiz, y en otros lugares aparecen las imágenes de algunas naves que se cree más primitivas que las anteriores, con métodos de propulsión formados con troncos de árboles.

Noroeste peninsular.

En el noroeste peninsular, la actual Galicia, los vestigios están relacionados con los vínculos que habían con el norte de Europa. En esta zona, el final del II milenio a.C. se caracterizaba por un paulatino crecimiento económico debido al tráfico comercial de metales y armas de bronce. Sin embargo, para los navegantes de la antigüedad procedentes del mediterráneo, aventurarse más allá del “Hieron Akroterion” o Cabo Sagrado, actual Cabo de San Vicente, conllevaba una gran proeza que pocos asumirían, al desconocer o no estar preparados para las condiciones de navegación en el océano. Las representaciones de barcos, halladas en petroglifos situados en superficies rocosas al aire libre, poseen una tipología que evidencian las rutas marítimas que a través de las costas atlánticas del norte de Europa llegaban a la Península Ibérica.

En el área del noroeste, una de las representaciones iconográficas más significativa se encuentra en el petroglifo de Borna, ubicado frente a la ría de Vigo, en la comarca de Morrazo, Pontevedra. Los grabados son esquemáticos, formados por motivos antropomorfos y otras figuras, además de trece embarcaciones. Dos de ellas tienen fondos planos mientras los demás presentas cascos completamente redondeados. Ninguna muestra medios de propulsión, a no ser que se considere como mástiles algunos de los símbolos cruciformes que hay sobre los barcos. Sus características coinciden con representaciones de barcos hallados en petroglifos escandinavos así como en los grabados rupestres de Mané Lud, en la región francesa de Bretaña, lo que confirmaría posibles contactos con estas zonas. Incluso otras iconografías semejantes se encuentran en Inglaterra, Escocia y en algunas tumbas megalíticas de Irlanda.

Otra importante representación de la zona atlántica es la del petroglifo de Laxe Auga dos Cebros, en Perdones, Pontevedra. La embarcación tiene un casco alargado y arqueado con los extremos curvados hacia arriba. De su proa y popa parten varios cabos que van a parar al mástil central. Quizás ésta pertenezca a un momento algo posterior, cuando las culturas ribereñas del Atlántico peninsular comienzan a recibir visitas de las sociedades mediterráneas.

 

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