Motilla del Azuer
Inicio » Entradas » Prehistoria »Periodo: Años 2400 a.C – 1500 a.C.
Lugar: Daimiel, Ciudad Real.
Coordenadas GPS: 39.043278°, -3.497424° / 39º2’35.8008″N, 3º29’50.7264″W.
Las motillas fueron unos particulares asentamientos de la época de las Edades del Cobre y Bronce en la Meseta Sur de la Península Ibérica. Se caracterizan por estar constituidas por varias líneas concéntricas de intrincadas murallas, en torno a una torre central, que formaban auténticas fortalezas. Hasta la actualidad conocemos 46 motillas: 35 en Ciudad Real, 9 en Albacete, una en Cuenca y una en Toledo. De la mayoría de ellas lo que queda son los restos de las fortificaciones, montículos artificiales de entre cuatro y diez metros de altura. La Motilla del Azuer es la más representativa por su tamaño y estado de conservación. El nombre de «motilla» proviene de la palabra castellana «mota» que se refiere a una elevación de terreno.
Durante el siglo XIX se inició el estudio de los extraños montículos que salpicaban la llanura manchega, que durante muchos siglos ya habían llamado la atención a las gentes de estos lugares. Inicialmente se creía que se trataban de grandes túmulos funerarios encargados de albergar en su interior enterramientos prehistóricos. Esta teoría se mantuvo en pie hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, cuando la realización de los primeros trabajos con metodología arqueológica científica relevaron que realmente aquellas elevaciones del terreno eran fortificaciones levantadas durante las Edades del Cobre y Bronce. No se ubicaban en cerros y lugares de complicado acceso que faciliten la defensa, como eran los poblados de aquel periodo conocidos hasta entonces. Pero esta localización en zonas más vulnerables tenía su explicación.
Las motillas estaban cerca de ríos o humedales, en lugares llanos de la extensa llanura de La Mancha, cada una de ellas rodeada por viviendas construidas en piedra, barro y madera, que formaban un poblado a su alrededor. Tenían una importante función de gestión y control de los recursos económicos de los habitantes del asentamiento. En su interior se protegía el agua, elemento básico para el desarrollo de las actividades agrícolas y ganaderas, que se obtenía mediante la excavación de un gran pozo hasta el nivel freático. Eran asentamientos asociados a la captación de aguas subterráneas, donde los pozos eran defendidos mediante líneas de murallas concéntricas. Durante aquella época hubo algunos periodos de sequía que afectaron con especial intensidad al centro de la Península Ibérica. En tales circunstancias, el control del agua que abastecía a los pobladores del lugar resultaba fundamental. Además de esta función, también se utilizaba para almacenar y procesar los cereales, estabular al ganado y a crear objetos de cerámica junto a otros productos artesanales.
Por lo tanto, las motillas eran los grandes centros económicos de la época y se convirtieron en importantes lugares a defender, motivo por el cual era imprescindible la fuerte protección que proporcionaban sus altas murallas. La torre central, además, era un punto de vigilancia de todo el entorno. Estos recintos constituyen unas de las más antiguas construcciones existentes en la Península Ibérica, representando un tipo de edificación único en toda ella.
En el poblado de cada motilla había una organización social jerarquizada. En la zona externa habitaba el grupo de agricultores, ganaderos y artesanos, mientras que en el interior de la fortaleza tenía su vivienda la clase gobernante, posiblemente en la torre central. El recinto amurallado también podía servir, en caso de necesidad, como lugar de refugio de los habitantes de estas viviendas que estaban a su alrededor.
La Motilla del Azuer está situada a unos diez kilómetros al este del núcleo urbano de Daimiel y recibe su nombre por localizarse cerca del río Azuer, a unos 300 metros de su orilla sur. La fortificación mide unos 40 metros de diámetro y está construida por varias líneas concéntricas irregulares de murallas de unos 6 metros de altura, realizadas en mampostería de piedras calizas unidas con barro, alrededor del núcleo central, en donde se sitúa una torre de planta cuadrada de unos diez metros de altura que es única de aquel periodo en toda la Península Ibérica. En esta torre se han encontrado dos sucesivos estratos de habitación separados por una gran masa de carbón, producto sin duda de un gran incendio.
Dentro del área fortificada se han localizado maderas que hacen suponer en la existencia de tabiques de este material que dividían su interior. Para la circulación se realizaron una serie de complejos y estrechos pasillos que proporcionan al lugar un aspecto laberíntico. En la parte oriental hay un patio de planta trapezoidal en donde se encuentra el pozo de agua construido por bloques de piedra, que tiene una profundidad de casi 20 metros y llega al llamado «acuífero 23». En los años lluviosos, esta inmensa excavación se llena en su totalidad. Los potentes muros de la construcción resisten todavía la gigantesca presión de millones de litros de agua. En la parte occidental hay dos recintos separados por una muralla que sirvió para la estabulación de ganado (principalmente ovejas, cabras y cerdos), el almacenamiento de cereales (principalmente trigo y cebada), hortalizas, leguminosas (lentejas, guisantes, etc.) y la fabricación de cerámica con la presencia de varios hornos. Al interior amurallado se accede mediante dos puertas situadas en sus lados sureste y noreste.
Las viviendas, de planta oval o rectangular, se extendían en un radio de unos 50 metros en torno a los límites de la fortificación, con una población aproximada de algo más de un centenar de habitantes. En las excavaciones se han encontrado piezas diversas, como vasos y vasijas de cerámica, punzones de hueso, pesas de telar, puntas de flecha, fragmentos dentados de sílex, brazaletes de arquero, cuentas de collar y botones. La aparición de un fragmento de pulsera de marfil puede confirmar la existencia de relaciones con la importante cultura argárica del sureste peninsular, que introducía el marfil desde el norte de África. Se han recuperado algunas queseras que certifican que ya hace unos 4000 años había en esta zona un pleno aprovechamiento de la leche para la producción de cuajadas, requesones y quesos, antecedentes por tanto de una tradición y de un importante sector económico que ha llegado hasta nuestros días en La Mancha.
Todo el conjunto estaba rodeado hace cuatro milenios de densos bosques de encinas, quejigos, robles y alcornoques, entre cuyas masas se intercalaban campos de cultivo o espacios abiertos. Entre las masas arbóreas vivían ciervos, jabalíes y liebres, pero también linces, gatos monteses o zorros. A pesar de la abundante caza y de la ganadería que dominaban, parece que los pobladores se alimentaban fundamentalmente de cereales y legumbres. Por eso, la importancia que le daban a los silos y su defensa en el interior de la fortaleza.
La esperanza de vida de las personas que habitaban las motillas no era superior a los 30 años, con una la alta mortalidad infantil. La mayoría de los que llegaban a adultos vivían hasta los 40 o 50 años. La antropometría ósea indica que la altura media de estos manchegos de la Prehistoria era ligeramente inferior a la actual, en torno a 1,7 metros para los hombres y 1,5 metros para las mujeres. La necrópolis está distribuida por distintos puntos del área del poblado, incluso en el interior de algunas viviendas, practicándose el rito funerario de la inhumación individual en posición decúbito lateral flexionado, con escasa presencia de ajuares en los enterramientos. Estos ajuares consistían en vasijas y excepcionalmente en pequeños puñales y hachas de cobre.
Sobre el año 1500 a.C. algo empezó a cambiar de tal manera que supuso que los habitantes de estas fortificaciones las dejasen de forma progresiva. Se fue produciendo un éxodo hacia algunos poblados cercanos hasta que las motillas fueron definitivamente abandonadas. No se sabe con certeza el motivo de esta gran emigración, aunque se cree que pudo estar relacionado con un cambio climático en el que la sequía del periodo precedente llegó a su fin, con un aumento considerable de lluvias que ya no hizo necesario la utilización de las motillas para proteger lo que hasta entonces había sido un bien escaso. También pudo tener importancia que se quisieran asentar en zonas mejor comunicadas.
Algunos de los asentamientos de este tipo que existen en el entorno son: Motilla de las Cañas, Motilla de los Palacios, Motilla de la Máquina, Motilla de la Vega Media, Motilla de Zuacorta, Motilla de la Casa del Cura, Motilla de la Albuera, Motilla de Daimiel, Motilla de Carrión, Motilla de Torralba, Motilla de Antonino, Montilla del Quintillo y Motilla del Acequión. Posiblemente queden algunos todavía por descubrir. Entre algunos de los que están situados a lo largo de los ríos Guadiana y Azuer hay aproximadamente una distancia de cuatro a cinco kilómetros.