Neolítico

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Periodo: Años 6000 a.C. – 2500 a.C.

El Neolítico es la última etapa de la Edad de Piedra. Su significado es «piedra nueva», es decir, la pulimentada obtenida por frotamiento, frente a la tallada de las épocas anteriores, a la que complementó pero no sustituiría del todo. Fue un periodo con destacadas reformas sociales y considerables mejoras técnicas. Es un avance que no conllevaría la desaparición completa de la formas de vida desarrolladas hasta entonces. Esta revolución comenzó en el Oriente Medio hacia el año 10000 a.C. A partir de allí se difundiría por Europa y el norte de África.

El ser humano emprendería una nueva forma de vida, pasando de cazadores y recolectores a ganaderos y agricultores. Se inició la domesticación de animales y el cultivo de plantas, algo que constituye uno de los acontecimientos más decisivos de la historia. Además significó la selección reproductiva de animales y plantas elegidos por sus características de rentabilidad humana: tamaño, fuerza, docilidad, resistencia, beneficio, etc. También comenzaron las tareas de elaboración textil.

La aparición de la ganadería y la agricultura marcaría el final de las sociedades depredadoras y el origen de las productoras, con un sistema económico basado en la obtención de rendimientos a largo plazo del trabajo invertido en los animales y en la tierra.

Los primeros animales domesticados fueron la cabra y la oveja, para luego extenderse a otros como la vaca y el cerdo. Entre los vegetales, las primeras especies cultivadas serían el trigo y la cebada, añadiéndose más tarde otros cereales y leguminosas. La economía productiva exigía vivir cerca de los pastos y del terreno arado, vigilar los ritmos de las cosechas y conseguir excedentes que asegurasen el sustento en periodos de escasez. La producción de alimentos aumentó el control de los recursos disponibles y redujo el grado de dependencia con la naturaleza.

Para el consumo de vegetales aparecieron nuevos útiles, como los molinos de mano o molederas. Pero será la cerámica la que más influya en los nuevos procesos culinarios y en la mejoría de la dieta. Los recipientes cerámicos permitían cocinar los alimentos, elevando la temperatura de su contenido por encima de los 100 grados. Esto posibilitó hacer comestibles algunos productos, eliminado toxinas que no desaparecen por debajo de esta temperatura. Pero los cambios en la alimentación y las nuevas actividades también tendrían consecuencias negativas, como son las patologías detectables en las alteraciones óseas, la presencia de caries o los desgastes dentarios.

La conservación de los excedentes alimenticios era imprescindible para garantizar la reserva ante los problemas de abastecimiento que pudieran afectar al suministro básico de la población. Se utilizaron diversos medios de conservación: congelación, secado, salazón, adobo, ahumado, tostado y hervido. Los víveres se almacenaban en grandes recipientes como los silos, por ejemplo ahí se mantenía el grano. Las comunidades humanas se fueron haciendo sedentarias para tener un lugar en el que acumular riquezas. Se crearía la conciencia de grupo.

La cerámica sería la innovación tecnológica más importante del Neolítico. Se crearon nuevas técnicas de producción cerámica, aún sin torno. Gracias a la plasticidad de la arcilla, permite la fabricación a mano de recipientes de diversas formas destinados a múltiples usos. Es un material químicamente muy estable y está constituida por diversos tipos de arcillas. Dependiendo de la composición de la pasta y de su proceso de elaboración encontramos cerámicas de distinta calidad. Se realizaba de tres maneras: con modelado directo, mediante ayuda de moldes de cestería o levantando las paredes con bandas o anillos. Su cocción posterior, todavía en rudimentarios hornos, los transformaban en consistentes y duros, es decir, más perdurables. A veces se decoraban con distintos motivos efectuados con incisiones o apliques. Unos se utilizaban para transportar, almacenar y conservar productos agrícolas destinados al consumo o a la siembra. Otros para cocinar y comer los alimentos. En varias áreas del territorio peninsular aparecería la cerámica cardial, que se obtenía con la impresión sobre su superficie aún fresca utilizando el caparazón del bivalvo llamado «cardium edule», consiguiendo piezas de un extraordinario valor estético y funcional.

El pulimento de las herramientas fue también un importante progreso. Implicaría diversas ventajas respecto a las técnicas anteriores, como su mayor duración y la posibilidad de emplearlas sobre materiales más duros. Se llevaba a cabo frotando la materia prima con otras rocas abrasivas como las areniscas. Al final se obtenía un borde afilado, muy útil para desforestar, cultivar y cosechar. La desventaja era que hacía falta invertir más tiempo en la elaboración de cada pieza. Se aplicaría esencialmente a elementos utilitarios como hachas, flechas, hojas cuchillo, azadas, mazos, molinos y cinceles, así como en algunos objetos decorativos como los adornos personales.

La materia dura de origen orgánico (hueso, asta, marfil y concha) seguía proporcionando un volumen importante de útiles y adornos al conjunto de estas primeras sociedades productoras. Asimismo eran usados otros elementos de origen orgánico como tejidos y maderas, pero su difícil conservación nos impide conocerlos salvo en casos excepcionales como los encontrados en la Cueva de los Murciélagos en Albuñol, Granada.

Las explotaciones mineras ya habían comenzado en el Paleolítico Superior, cuando servían para obtener sílex de forma rudimentaria. Durante el Neolítico adquirieron más importancia y se extenderían territorialmente. Esta actividad generó una red de comercio para distribuir los materiales procedentes de los puntos de extracción. El método de trabajo consistía en abrir un sistema de pozos, galerías y salas, dejando pilares de roca como elementos sustentadores. De estas explotaciones se extraía sílex, variscita o calaíta, lidita, tridimita, cuarzo y ocres.

La organización social era cada vez más compleja. Coexistían varias formas de ocupación del territorio: las cuevas, los abrigos rocosos o las cabañas al aire libre realizadas de madera, piedra y barro. Todas estos sitios podían ser lugares de hábitat, almacenaje, explotación cinegética o estabulación. Empezaría el crecimiento demográfico. Los incipientes núcleos habitados de cabañas al aire libre constituirían pequeños poblados, cuya evolución posterior daría origen a las ciudades y al nuevo modelo de vida urbano.

Las prácticas funerarias tenían gran importancia en la vida social y espiritual de los individuos. Hay indicios de la existencia de un cuidado ritual, del que formaba parte el ajuar funerario que acompañaba al difunto, con objetos de valor que indicarían la existencia de incipientes desigualdades sociales. Había gran diversidad de formas de enterramiento aunque escaseaban las cremaciones, mucho más frecuentes algo más adelante. Las inhumaciones habitualmente eran individuales y se generalizaron las necrópolis de cistas, fosas revestidas y cubiertas por lajas de piedra.

El concepto de la medicina surgiría seguramente mucho antes, pero a partir del Neolítico contamos con más información y se puede observar algunos tratamientos agresivos como las trepanaciones craneales. Pese a lo llamativo de estas intervenciones, cuya finalidad podría ser no solamente médica, era frecuente la supervivencia del paciente. Además, se realizaba un tratamiento terapéutico mediante el empleo de plantas medicinales.

A finales de este periodo se introduciría el arte megalítico. Se construyeron imponentes monumentos funerarios mediante el empleo de enormes piedras cubiertas con túmulos de tierra. Se les conoce como dólmenes, la primera arquitectura de la historia, grandes mausoleos de enterramientos colectivos en sepulcros megalíticos.

La magnitud de estos sepulcros megalíticos y el descomunal trabajo necesario para llevarlos a cabo crea diversas incógnitas sobre las intenciones de sus constructores. Su significado es un problema aún no del todo claro. Parece probable que, más allá de la manifiesta función funeraria, su construcción fuese el resultado de un esfuerzo que movilizaba a todo un colectivo, creando durante el proceso fuertes lazos de identidad y originando a su vez lugares de culto a los antepasados perdurables en el tiempo y reconocibles en el paisaje. Estos megalitos se convertían así en expresiones de la memoria de una comunidad, puntos fijos en el paisaje de unos ganaderos y agricultores neolíticos todavía con una marcada estacionalidad en sus prácticas de subsistencia.

Debido al auge económico, el desarrollo de las redes comerciales fue cada vez mayor. Algunas eran de larga distancia y por ellas circulaban productos de primera necesidad entre los que están la sal y las materias primas apreciadas por su mayor calidad para la confección de algunos útiles (obsidiana, sílex melado, fibrolita, etc.), así como otras con un interés ornamental y simbólico (variscita, ámbar, marfil, huevo de avestruz, etc.).

Con el tiempo la gestión de los excedentes se convertiría en la base de la organización social. Esto provocó la aparición de individuos que controlaban y distribuían los alimentos, dando paso a las desigualdades y a la jerarquización de personas y poblados. Las fuentes de riqueza establecieron nuevas relaciones en la sociedad, favoreciendo la concentración del poder en personas o grupos concretos. La lucha por el control de las tierras, el ganado y los alimentos acumulados inaugurarían un modo de vida que se prolongará a lo largo de la historia.

 

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